La noche trajo frío al pueblo y el vidrio de la ventana se fue empañando con el calor de mis labios que había junto a él.
Los primeros copos aparecieron como estrellas que caen lentamente y se pierden en un suelo en penumbra.
Cerré los ojos y me puse a soñar.
Aparecieron remotos recuerdos. El hilillo de sol en un rincón del callejón de San Miguel, esperando a mi prima para ir al colegio. Yo llevaba una capa roja y una falda de paño que me llegaba por encima de la rodilla. Mis calcetines eran de lana pero dejaban al descubierto mis piernas. El frío curtía mi piel y el rayo de sol me acariciaba.
Pasaba por el horno y el aroma de la masa de las magdalenas me embriagaba. Me acercaba y pedía un trocito. Entre la exclamación de las personas que estaban trabajando, de que me podía hacer daño, me daban un trocito que saboreaba como el mejor manjar de la mañana.
Después, los recuerdos se enturbiaron y me invadieron otros pensamientos: me hice mayor.
Aprendí entonces, bueno, eso nunca se aprende, puedo decir mejor a sobrellevar que la vida te arranca trocitos de corazón a los que tienes que poner parches para seguir hacia algún lugar.
Estos días tengo que brindar con todas las estrellas del cielo y sé que entonces… me sentiré feliz.
2 comentarios:
Pues deseo que brindes con ellas y te sientas muy feliz.
Un beso enorme, guapa.
Pandora, seguro que habrá un momento en que cada uno brinde por ellas.
Felices fiestas y muchos bezitoz.
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