En mi barrio hay un parque que fue un sueño que se hizo realidad a principios de los 90. Muchas personas que lucharon por ello ya no están con nosotros, pero cada árbol, cada hierbecita que nace hacen que estén presentes. El gran espacio de césped dado a la lectura, a los juegos con nuestros hijos, al deporte y al descanso, deciden transformarlo. “La colina del adiós”, como bautizamos a un montículo de un verde intenso, donde nuestras niñas hacían volteretas y se dedicaban a buscar flores, quedará sumido en el asfalto.
La iglesia de Sant Martí del siglo XIV es observadora de todas las transformaciones y, si le preguntásemos a ella, dirá que nunca ha estado tan bella como en estos últimos veinte años.
Confío en el sentido común y que los espacios grises puedan ser convertidos en vergeles con florecillas blancas.
Lamentablemente, el AVE se llevará con su viento viciado de progreso lo que hubo durante un tiempo. Solo las fotos resistirán al huracán y nos dirán que allí hubo un parque, un espacio y lugar para respirar.
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