Soy una mujer, una amalgama de defectos y cualidades como cualquier persona. También he sido joven, aunque esa palabra me resulta un poco ambigua, porque sueño, tengo ilusión y ganas de beberme el mundo a sorbitos de experiencias.
Una vez fui niña y… ¿qué opinión tendrían mis hijas si me hubieran visto? En aquella época, la dictadura de Franco mantenía una sociedad de hombres, donde la mujer era aquella sumisa que complacía al marido y no entendía de cambios sociales, aquella que, cuando algún chico se propasaba, era ella siempre la culpable porque lo había provocado.
Con ojos de gacela observaba un ambiente de mujeres que hacían las tareas domésticas y hombres inútiles para estas, pensando siempre en el “qué dirán”.
¿Dónde está aquel enfermero que me enseñó el habitáculo de curas e intentando tocar mi muslo le lancé un puntapié?
Mi mundo iba entre la sonrisa, la tristeza y, sobretodo, la rabia. Yo era una niña, podía jugar a futbol, a muñecas, bueno, a esto me aburría, porque les cortaba el pelo y ya no les crecía.
Mi familia siempre me dejó rienda suelta para la imaginación. Mi madre siempre me decía que yo tenía que haber sido chico y mi hermano chica. Me gustaba la calle, respirar el aire de mi barrio hasta que las primeras luces asomaban.
De adolescente, escuché la palabra feminismo, pero yo era yo, indomable ante las secuelas de lo instituido. Lo llevaba en los genes, en lo que había mamado de la familia. Mi abuela paterna, en 1893 tenía el título de bachiller en una época en que el 95% de la población femenina era analfabeta. Mis padres, como me educaron, me dieron pie para ser una persona libre.
Y así, han pasado los años y sigo esperando que toda mujer pueda decir: soy mujer, soy una persona, soy libre.
2 comentarios:
Aplaudo tu comentario, querida Encarna. Hacen falta más personas como tú en este mundo podrío y sin ética...
Besos
Cybernapya, gracias. Personas como tu hacen falta.
Un beso
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