SANTA COLOMA EN EL SENTIMIENTO

Llevo unos días con grandes interrogantes. Soy una persona de “a pie”. Ha habido problemas en el ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet y me siento desconcertada. Cuando llegué a vivir a esta ciudad se la llamaba “la ciudad sin ley”. Al principio tenía un poco de miedo, pero como en todas las ciudades obreras, descubrí que era un lugar de personas, no de gente. Era una ciudad muy poblada en poco espacio físico. Calles estrechas, viviendas en mal estado, y espacios sin asfaltar. Pero recuerdo con gran cariño que, ante aceras minúsculas, tenía que bajar con el cochecito de mi hija mayor a la carretera. Los conductores me esperaban hasta que hubiera pasado sin pitar y sin decir nada incongruente. Me enamoré de la ciudad. Comprendí porqué las personas querían vivir en su ciudad.

Los seis años que viví allí tuve una vida cultural muy intensa y enriquecedora. No necesitaba ir a la gran ciudad de Barcelona, todo lo que deseaba estaba en Santa Coloma.

Mi lazo con la ciudad sigue como el primer día. He vivido la transformación de un espacio que parecía imposible. Ahora puedo pasear por la Rambla de San Sebastián, el parque de Europa, la calle Irlanda, y respiro cerca de mí la montaña.

La vida de Santa Coloma se ha forjado a base de reivindicaciones.

Recuerdo los viajes de ida y vuelta que hacíamos Carlos, mi hija mayor y yo, en un autobús secuestrado, con el visto bueno del conductor, para reivindicar que pusieran una línea tan necesaria para el barrio del Singuerlín, las manifestaciones para conservar una maternidad y un hospital, entre otras.

Pienso que Santa Coloma, ahora, está mejor que nunca. Si la gestión ha estado bien hecha o no para conseguir una ciudad accesible como lo es ahora, me guardo un respeto a los soñadores que lo han hecho posible.

Yo, como soñadora también, creo que otro mundo es posible.