Hoy es la noche mágica donde podemos reírnos de lo desconocido, del final de nuestras vidas, del absurdo, porqué no, de dejar lo que amamos, lo que detestamos, pero al fin de cuentas a lo que nos aferramos que es esta vida loca y pasajera. Atesoramos cosas, hablamos de propiedad, ¿de propiedad? Qué ilusos que somos. Estamos aquí de alquiler, venimos desnudos y nos vamos desnudos, con la esperanza de ser, la satisfacción de lo que hemos sido y las ganas de estar un poquito más para seguir atando cabos a una red infinita que teje nuestros sueños.
Hace unos días me sentí sola. Los “amigos”, lo pongo entre comillas porque no sé hasta qué punto lo son, se fueron a tomar algo. Me hubieran bastado unas palabras de cortesía, solo decir: ¿te vienes?
Seguramente hubiera dicho que no. Pero las palabras deseadas se ahogaron en el desierto y yo, con ellas, me aguanté unas lágrimas que escaparon en la tarde al humo de un cigarrillo.
Cuando apagué ese cigarro, que prometí sería el último, me dije: eres la mejor, sientes, estás viva, sueñas, lloras, ríes, te enfadas, te preocupas y con tu despiste estás en todo.
Salí a la calle con Carlos y en una terracita arreglamos el mundo con una sonrisa.
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