¡AUPA CORAZÓN!

Después de unos días vividos en una habitación del hospital, me viene el “bajón” de estar en casa. Ahora noto el calor del verano. Allí perdí la noción de la estación del año con el aire acondicionado. Me distraía haciéndole un vestidito de ganchillo a una osita que había cosido mi hija en el aula del hospital.

Mi hija tenía de compañero de habitación un chico muy simpático de dieciséis años. Le encantaba jugar a futbol. Su madre le hacía compañía. Yo marchaba por la noche, regresaba de madrugada, y ella seguía estando junto a él. Una noche lo ví junto a sus hermanos en la plaza del recinto. A la mañana siguiente se lo llevaron para hacerle un reconocimiento. Al cabo de las horas apareció su madre llorando, me acerqué a ella y me dijo que su corazón no respondía. Me contó que era un niño sano, pero que un virus se le hizo inmune en su corazón y se lo destrozó en cuarenta días. Era trasplantado y, ahora, al cabo de año y medio del trasplante había experimentado rechazo y estaba en la U.C.I.

Vi a su madre recoger el equipaje de nombre esperanza de la habitación. El sabor dulce de los zumos, las galletas, se convertían en un silencio amargo. Yo me sentí a su lado perdida sin saber que decir.

Cuando voy a los reconocimientos de mi hija, intento buscarla. En la sala de espera está ella, esperando que le den noticias de su hijo pequeño y que se lo dejen ver un breve momento.

He vuelto a casa con mi hija. ¡Hogar, dulce hogar!.

Y aquí estoy, jugando al “solitario”, ahogando una época que quiero superar.

Se me acaba de romper un frasco de colonia de alguien muy preciado que me lo regaló. He recogido los cristales y el olor impregna toda la habitación. Esta noche dormiré con ese aroma y mañana me armaré de valor para conquistar mi “yo”.